Un padre también entiende de crianza con apego y disfruta
de esa cercanía cotidiana donde conferir afectos, mimos y canciones de cuna.
También nutre, aunque no pueda dar el pecho, también él pasa las noches en
vela, ríe, sufre y se preocupa de ese niño que forma parte de su ser, aunque no
haya crecido en su interior.
Los cambios asociados a los férreos roles de género están
cambiando y eso es algo que sin duda se agradece. A día de hoy la paternidad ya
no es una etiqueta donde otorgar al hombre la responsabilidad exclusiva del
sustento de un hogar. Los padres “no ayudan” en la crianza, no son agentes
auxiliares sino figuras presentes, cercanas y siempre partícipes en la vida de
esos pequeños en los que dejar huella, a los que nutrir, amar y guiar.
Algo que suelen comentar muchos pedagogos y especialistas
en crianza es que un niño es parte de una tribu. Siempre hablamos de la
maternidad y de ese apego íntimo establecido entre una mujer y su bebé. Sin
embargo, a nadie se le escapa que los niños de ahora crecen en un pequeño
microcosmos habitado por sus padres, sus abuelos, los tíos, los amigos de los
padres, los maestros…
Toda interacción, todo hábito, cada gesto y cada palabra
deja huella en el cerebro infantil, y los padres tienen la capacidad de dejar
un impacto enormemente positivo en sus hijos.
El padre como figura de bienestar psicológico
Algo que todo sabemos es que al igual que hay buenas y malas
madres, también los padres son falibles, cometen errores o incluso los hay que
eligen el papel de padre presente, pero ausente. Por ello, antes que figuras de
referencia en la educación y crianza de un niño, los padres y las madres son
personas, y dependiendo de su madurez y de su equilibrio psicológico y
emocional serán capaces de garantizar un mejor o peor desarrollo en ese
pequeño.
Tal y como nos revela un trabajo llevado a cabo en la
Universidad de Michigan (Estados Unidos), una responsabilidad que tiene todo
padre es cuidar de su propio bienestar psicológico con el fin de promover un
adecuado equilibrio emocional en sus hijos. Algo que se ha podido constatar es
que los efectos del desempleo, del estrés o el simple hecho de mostrar
conductas erráticas, marcadas por un carácter desigual, impacta de forma
negativa en el desarrollo cognitivo del niño e incluso en sus habilidades
sociales.
Por otro lado, el impacto de la figura paterna en el
desarrollo del habla y el lenguaje de los bebés es a su vez innegable. Supone
para los pequeños recibir mucho más estímulos, una voz diferente a la de mamá
con otro tono, con otro tipo de gestualidad, y beneficiarse de una gama más
amplia de refuerzos. A lo largo de los 3 primeros años de vida esa presencia
cercana, afectuosa, divertida y accesible del padre consolidará también esos
delicados procesos asociados al lenguaje.
Los nutrientes que confiere la figura paterna
El número de familias monoparentales sigue ascendiendo.
Cada vez son más los padres y las madres que afrontan la crianza de sus hijos
en soledad, bien porque así lo han elegido o bien porque el destino lo ha
querido. Sea como sea, la atención, el cuidado y la educación de un niño
requiere ante todo de esa cercanía física y emocional con la que conferir a esa
nueva vida una seguridad y un amor auténtico. Algo para lo que tanto hombres
como mujeres deben estar capacitados.
Por otro lado, algo que todos sabemos es que los niños no
llegan al mundo con un manual de instrucciones, y si esto es así se debe a una
razón muy simple: no son máquinas. Los niños están hechos de carne, de
necesidades, de un corazón que late con fuerza y un cerebro que lo anhela todo
y que ansía poder conectarse con su entorno. Necesitan nutrientes y un tipo de
alimento que va mucho más allá de la leche materna, ese que un padre también
sabe y puede conferir.
Los nutrientes más valiosos que debe aportar un padre
Nuestra familia y el tipo de vínculo establecido con ella
determina gran parte de lo que somos. Más allá de los genes y de la sangre está
esa arquitectura más íntima y privada donde se alza el reino de nuestras
emociones, de nuestros miedos, limitaciones y también de nuestros valores.
Dimensiones todas ellas que un buen padre debe nutrir de forma correcta. Veamos
algunos ejemplos.
- La disponibilidad emocional. La capacidad de respuesta ante las necesidades del niño y la calidad de las misma, garantiza un desarrollo óptimo y una mejor madurez en ese pequeño a lo largo de su vida.
- El reconocimiento. Todo niño necesita sentirse reconocido y valorado por parte de sus progenitores. Contar con esa mirada paterna siempre atenta, cercana, valiosa y llena de afecto influye en un buen desarrollo de la autoestima en el niño.
- La participación. El buen padre no se limita solo a “estar”, sino a hacer sentir, a favorecer el descubrimientos, a despertar nuevas emociones y aprendizajes, a ser un “escuchador” incansable, un negociador y un comunicador infantigable.
- La inspiración. Algo que sin duda hacen la mayoría de los papás, es abrir a sus niños nuevos mundos donde sentirse competentes y a la vez, autodescubrirse. Muchos de nuestros padres nos transmitieron sus pasiones, su amor por la música, los libros, la naturaleza... Valores todos ellos que ahora definen nuestra vida de adultos.
Para concluir, algo que conviene recordar es que el buen
padre no es un niño grande que disfruta jugando y haciendo reír a su hijo. El
padre “real” es un adulto con grandes competencias emocionales, alguien seguro
de sí mismo, valiente como cualquier madre y preocupado siempre por dar
seguridad, aliento y afecto a ese niño para que el día de mañana abra las alas
convertido en adulto libre, maduro y capaz de dar y recibir felicidad.
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